Cuando cogí el bolígrafo, la mano me temblaba.
Había olvidado lo que era escribir sobre mis sentimientos, sobre el mundo, sobre ti, en una hoja de papel. Había abandonado todo contacto directo con la tinta, porque en algún momento dejaba de ser tinta y se tornaba sangre. Mi sangre, por la que fluía mi interior, mis miedos, mis deseos. Mi puto ADN plasmado en un papel.
Pero allí estaba, despidiéndome de ti a través de un trozo de papel, lleno de palabras, de dolor y de angustia. Una carta que jamás leerías, unos sentimientos que no conocerías jamás, como los de aquellos que llorarían tu ausencia toda su vida.
Una carta que sería arrojada a las llamas en la primera noche de luna llena, que acabaría por consumirse junto con toda mi rabia, mi interior, mis miedos, mis deseos.
Junto con mi puto ADN.
Junto conmigo.
viernes, 10 de septiembre de 2010
jueves, 15 de julio de 2010
Appetite for Destruction
Siempre había sido indeciso, inseguro y demasiado apático. Había aprendido no confiar en nadie, ni si quiera en sí mismo. Lo único en que confiaba era en el poder de errar de las personas, y la capacidad innata de infligir el mayor daño posible.
Alexander había pasado los últimos seis años viviendo solo, yendo de un lado a otro, conociendo a gente diferente día tras día y con la única compañía constante de su perro Mike. Había dejado la universidad, a sus amigos y a su familia por un sueño: la libertad.
Una mañana se despertó con un nudo en la garganta, y la necesidad de deshacerse de él. Puso su ropa en una bolsa de deporte, cogió las llaves del coche y salió por la puerta trasera.
Arrancó el coche y comenzó a sonar “Rocket Queen” de Guns ‘n’ Roses, y una ligera sonrisa apareció en su rostro. Aceleró.
Miró por el espejo retrovisor una última vez y al volverse lo vio claro:
Nada ni nadie podría pararlo nunca.
Alexander había pasado los últimos seis años viviendo solo, yendo de un lado a otro, conociendo a gente diferente día tras día y con la única compañía constante de su perro Mike. Había dejado la universidad, a sus amigos y a su familia por un sueño: la libertad.
Una mañana se despertó con un nudo en la garganta, y la necesidad de deshacerse de él. Puso su ropa en una bolsa de deporte, cogió las llaves del coche y salió por la puerta trasera.
Arrancó el coche y comenzó a sonar “Rocket Queen” de Guns ‘n’ Roses, y una ligera sonrisa apareció en su rostro. Aceleró.
Miró por el espejo retrovisor una última vez y al volverse lo vio claro:
Nada ni nadie podría pararlo nunca.
sábado, 24 de abril de 2010
Diario de una parca: no te fies de los muertos.
Aura es una mujer. O al menos lo era hasta que fui destinado a recoger su alma aquella tarde. Aquella era mi oportunidad, la oportunidad de seguir en el oficio después del gran recorte de personal en los últimos años -ya sabeis, ahora al mundo le ha dado por cuidar la salud, y así no hay quien trabaje-.
Pero como la suerte no estaba de mi lado, no fue un día de trabajo normal.
En sus últimos días, Aura había visto cómo su vida se iba mermando poco a poco, día tras día, hasta que no quedó nada sobre la faz de la tierra por lo que vivir. Todo estaba tan vacío en su interior que fue desapareciendo, literalmente.
Su alma fue la primera morir. Esa alma rebelde que irónicamente había dado su vida por un cuerpo, y que me había jodido el día, se había extinguido por completo.
Aunque esta vez, lo más inquietante de todo, es que yo había sido el único en percatarme de ello.
PD: Estoy en paro.
Pero como la suerte no estaba de mi lado, no fue un día de trabajo normal.
En sus últimos días, Aura había visto cómo su vida se iba mermando poco a poco, día tras día, hasta que no quedó nada sobre la faz de la tierra por lo que vivir. Todo estaba tan vacío en su interior que fue desapareciendo, literalmente.
Su alma fue la primera morir. Esa alma rebelde que irónicamente había dado su vida por un cuerpo, y que me había jodido el día, se había extinguido por completo.
Aunque esta vez, lo más inquietante de todo, es que yo había sido el único en percatarme de ello.
PD: Estoy en paro.
viernes, 19 de marzo de 2010
Hacía frío aquella mañana.
Hacía frío aquella mañana.
Los árboles susurraban a través de sus ramas desnudas y la escarcha todavía permanecía en los alféizares de las ventanas. La señora Méndez había salido a sacar la basura, y cruzaba la calle apurada para entrar en calor. El señor García, como cada mañana, había salido a leer el periódico al porche con un termo de café humeante, aunque esta vez había añadido una manta a sus bártulos habituales.
Y allí, al otro lado de la verja, de la calle, del mundo… estaba ella.
Perdida entre palabras, se acariciaba el pelo mientras pasaba las páginas del libro.
Cada día se sentaba en aquel banco a respirar y a sumergirse en su mundo de fantasía, acción, terror o misterio, hiciese el tiempo que hicieste. Días de un ayer al resto de su vida.
Los árboles susurraban a través de sus ramas desnudas y la escarcha todavía permanecía en los alféizares de las ventanas. La señora Méndez había salido a sacar la basura, y cruzaba la calle apurada para entrar en calor. El señor García, como cada mañana, había salido a leer el periódico al porche con un termo de café humeante, aunque esta vez había añadido una manta a sus bártulos habituales.
Y allí, al otro lado de la verja, de la calle, del mundo… estaba ella.
Perdida entre palabras, se acariciaba el pelo mientras pasaba las páginas del libro.
Cada día se sentaba en aquel banco a respirar y a sumergirse en su mundo de fantasía, acción, terror o misterio, hiciese el tiempo que hicieste. Días de un ayer al resto de su vida.
martes, 16 de febrero de 2010
Vivir muriendo
Uno puede enloquecer a fuerza de hacerse una y otra vez preguntas que no tienen respuesta, y aquel parecía ser mi destino.
Una semana después de mi muerte seguía vagando por las calles sin que nadie pudiese sentir mi presencia. De lo único que estaba seguro es que había dejado de existir hacía exactamente siete días, pero sin saber porqué, todavía podía acariciar las fachadas de las casas en busca de nuevas texturas y, además, era capaz de reconocer mi rostro en los reflejos de los cristales.
Dicen que una interrogación sin punto sólo es una curva peligrosa, y estoy de acuerdo. Aquella curva iba a acabar conmigo de un momento a otro.
Siempre me había preguntado, como todos a lo largo de su vida, qué pasaría justo en el momento de mi muerte. A dónde iría, a quién podría ver y quiénes me podrían ver a mí. ¿La respuesta? La absoluta nada. Es como el primer día de invierno que trae consigo el gris de un cielo húmedo, que cubre de blanco los tejados y nos hiela el corazón.
Un segundo después de sumirme de lleno en mis pensamientos, algo rozó mi mano. Alcé la vista y pude alcanzar a ver a una niña de chubasquero amarillo, chapoteando entre las baldosas de una concurrida calle de seres anónimos. Un impulso me abalanzó sobre la calle con el fin de encontrar alguna respuesta en esa niña, pero se camufló entre la multitud como lo haría una lágrima en la lluvia.
Y ahí estaba yo, en medio de mi vida sin vivir, esperando algo que quizás no llegase nunca.
Una semana después de mi muerte seguía vagando por las calles sin que nadie pudiese sentir mi presencia. De lo único que estaba seguro es que había dejado de existir hacía exactamente siete días, pero sin saber porqué, todavía podía acariciar las fachadas de las casas en busca de nuevas texturas y, además, era capaz de reconocer mi rostro en los reflejos de los cristales.
Dicen que una interrogación sin punto sólo es una curva peligrosa, y estoy de acuerdo. Aquella curva iba a acabar conmigo de un momento a otro.
Siempre me había preguntado, como todos a lo largo de su vida, qué pasaría justo en el momento de mi muerte. A dónde iría, a quién podría ver y quiénes me podrían ver a mí. ¿La respuesta? La absoluta nada. Es como el primer día de invierno que trae consigo el gris de un cielo húmedo, que cubre de blanco los tejados y nos hiela el corazón.
Un segundo después de sumirme de lleno en mis pensamientos, algo rozó mi mano. Alcé la vista y pude alcanzar a ver a una niña de chubasquero amarillo, chapoteando entre las baldosas de una concurrida calle de seres anónimos. Un impulso me abalanzó sobre la calle con el fin de encontrar alguna respuesta en esa niña, pero se camufló entre la multitud como lo haría una lágrima en la lluvia.
Y ahí estaba yo, en medio de mi vida sin vivir, esperando algo que quizás no llegase nunca.
lunes, 11 de enero de 2010
Otra vez más, no he podido darte la razón. Las negativas están más presentes, al igual que la distancia que nos separa. Cada vez más cerca y a su vez, cada vez más lejos.
Siempre he mirado al mundo con ojos sinceros, y eso hace que seamos eternamente incompatibles. He aprendido a conocer, a realizar y, sobre todo, a recordar. He vivido tan intensamente año tras año, que no me quedan fuerzas para aceptar lo inaceptable.
Y hoy, tras tantos años juntos, me he dado cuenta de que ya no te conozco. Estás lleno de esperanza e ilusión, lleno de fantasías que me rompen por dentro. Mi realidad es la contrariedad de tus deseos; mis deseos te dan la vida y tú me la arrebatas. Te has rebelado en mi contra y has dejado de latir, apartándome y hallándome sola sin tu presencia. Y yo, sigo aquí, jodidamente sumida en infinitos puntos suspensivos a la espera de que un nuevo impulso eléctrico te haga volver junto a mí.
Siempre he mirado al mundo con ojos sinceros, y eso hace que seamos eternamente incompatibles. He aprendido a conocer, a realizar y, sobre todo, a recordar. He vivido tan intensamente año tras año, que no me quedan fuerzas para aceptar lo inaceptable.
Y hoy, tras tantos años juntos, me he dado cuenta de que ya no te conozco. Estás lleno de esperanza e ilusión, lleno de fantasías que me rompen por dentro. Mi realidad es la contrariedad de tus deseos; mis deseos te dan la vida y tú me la arrebatas. Te has rebelado en mi contra y has dejado de latir, apartándome y hallándome sola sin tu presencia. Y yo, sigo aquí, jodidamente sumida en infinitos puntos suspensivos a la espera de que un nuevo impulso eléctrico te haga volver junto a mí.
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