jueves, 26 de marzo de 2009

Tiempo sin tiempo

Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme
en el canto de un gallo
y para reaparecer
en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.




- Mario Benedetti -

domingo, 8 de marzo de 2009

Recuerdo la primera vez que lo vi.
Era un hombre de manos curtidas, con tez arrugada y expresión dura. Pero sus ojos... sus ojos desvelaban lo que sus facciones deseaban ocultar. Reflejaban el brillo de la vida que ahora yacía a sus espaldas, aquella en la que había sido feliz. Ahora sólo el rumor de la gente a su alrededor era lo que le mantenía vivo.

Tal vez volver a ese lugar, a ese banco tarde tras tarde, le hiciese revivir momentos pasados, momentos en los que habría llegado a sonreír o a haber llorado de pura felicidad. Me senté en el banco contiguo e intenté descifrar su propio enigma.
De vez en cuando alzaba la cabeza en busca de aire fresco, llenaba sus pulmones y volvía a dirigir su mirada al frente, como si tuviese un objetivo fijo e inmóvil. Seguí el curso de su mirada, pero no me llevó a nada, sólo a un gran árbol de hojas secas y moribunda figura.
Las agujas del reloj avanzaban perezosas, y aquel hombre seguía con los ojos clavados en el mismo punto. Sus manos se entrelazaban cada vez que suspiraba y a su vez, el viento mecía las pocas hojas vivas de aquel árbol.

Todavía me pregunto qué podría estar pasando por su mente. Cada vez imagino una historia diferente, como que besó a su primer amor bajo aquel árbol y que cada tarde se sienta en ese banco a recordarla, o que aquel árbol hubiese sido su refugio desde niño, donde habría pasado sus mejores momentos. Aunque en realidad, quizás sea más acertado pensar que ve en ese árbol su propia vida. Su tronco marcado por la vejez, sus hojas marchitas y un color cenizo apoderándose de su figura. Las cicatrices de una vida que todavía está por concluír.

Tal vez compartan un mismo alma. Quizás un mismo corazón.