Siempre había sido indeciso, inseguro y demasiado apático. Había aprendido no confiar en nadie, ni si quiera en sí mismo. Lo único en que confiaba era en el poder de errar de las personas, y la capacidad innata de infligir el mayor daño posible.
Alexander había pasado los últimos seis años viviendo solo, yendo de un lado a otro, conociendo a gente diferente día tras día y con la única compañía constante de su perro Mike. Había dejado la universidad, a sus amigos y a su familia por un sueño: la libertad.
Una mañana se despertó con un nudo en la garganta, y la necesidad de deshacerse de él. Puso su ropa en una bolsa de deporte, cogió las llaves del coche y salió por la puerta trasera.
Arrancó el coche y comenzó a sonar “Rocket Queen” de Guns ‘n’ Roses, y una ligera sonrisa apareció en su rostro. Aceleró.
Miró por el espejo retrovisor una última vez y al volverse lo vio claro:
Nada ni nadie podría pararlo nunca.
1 comentario:
Si no fuese tan realista y cobarde, me encantaría llevar la misma vida que Alexander.
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